Por: Diana María Cortázar*.
El presente trabajo se enfoca en la coyuntura actual de Colombia, país el cual se encuentra sumergido en un mar de manifestaciones por parte de los ciudadanos. Si bien el detonante de dichas manifestaciones fue una repentina decisión del presidente con la idea de implementar una nueva reforma tributaria la cual tenía como objetivos: ̈ampliar la base de recaudación tributaria, evitar que la deuda colombiana genere la pérdida de más puntos en las calificaciones de riesgo internacionales, institucionalizar la renta básica y crear un fondo para la conservación ambiental. ̈ (BBC New Mundos, 2 de mayo de 2021). Lo cierto es que la decisión resultaba ser perjudicial para los colombianos, dado que se pretendía aumentar los precios de la canasta familiar, por otro lado, los pensionados tendrían que contribuir con más dinero para el Gobierno Nacional.
Ahora bien, este fue el inicio de lo que desató las múltiples manifestaciones y enfrentamientos con la fuerza pública alrededor del país, lo que ha propiciado también que se efectúen abusos por parte de los integrantes de la Policía y el ESMAD, derivando en cientos de muertes, desapariciones y un sinfín de violaciones a los derechos humanos, convirtiéndose en una masacre conocida mundialmente.
A raíz de estos enfrentamientos, los colombianos persisten y, aunque lograron el declive de la reforma tributaria, ahora su lucha es por los derechos y reclaman justicia por las muertes de cientos de manifestantes perpetrados por el abuso de la fuerza pública en las diferentes ciudades alrededor del país. A esto se le suma, que el pueblo colombiano no olvida, y también luchan por las muertes aún impunes de personas de nunca encontraron.
Almas sin cuerpo, rostros sin voces, guerra sin pena.
Aquellas tristes, dolidas pero sagaces almas en marcha contra imponentes e indolentes títeres de plásticos y metal, enfrentados por la sevicia y el hambre de poder y sangre de un demonio, vestido de blanco con cara de borrego y su vil sirviente atontado por la mano autoritaria que lo controla, lo guía y lo somete.
Y el miedo que los abruma pero que ya no los controla, se transforma en fuerza; y en medio de las calles inundadas de rojo escarlata, encuentran las voces olvidadas y silenciadas por máquinas de metal, voces de cuerpos que ya no están, pero de almas renuentes que los acompañan. En donde la única testigo de la barbarie de las masacres, es la madre tierra que ahora los resguarda entre sus ríos, montes y tierras.
Y entre la lucha, la memoria y el llanto de las madres de más de 6.402 almas apagadas, se siente más que nunca el grito de resistencia, que deja a un lado la falsa independencia y nos acoge con la idiosincrasia olvidada y oprimida por los verdugos que nos despojan de nuestras tierras, de nuestras familias, dejando tan solo cuerpos inertes, fríos y rojos, transfigurando nuestras voces y sentires y con ellas, nuestra historia.
Mientras hayan almas que resistan no lograrán arrancar la luz vibrante de esperanza que brota de su interior, que permite que caminen con fuerza por el caudaloso río de sangre derramada por los dirigentes impasibles que se roban la vida con guerra y sin pena.
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*Estudiantes de tercer semestre del programa Licenciatura en Recreación de la Universidad Pedagógica Nacional. Bogotá D.C
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